Hace muchos años cuando estudiaba arquitectura en
la Universidad de Buenos Aires el trabajo de diseño IV consistía en proyectar un hotel en la Ciudad de
Buenos Aires.
Junto con mis compañeros de grupo iniciamos la
difícil tarea que se prolongaría hasta mitad de año. Llegada la fecha de entrega, establecimos los lineamientos
principales del proyecto y nos dividimos el dibujo del hotel correspondiendo a
cada uno de nosotros sus partes integrantes: el basamento, el desarrollo y el
remate así como también el resto de la documentación solicitada.
A Marcelo, gran amigo y eximio dibujante, le
tocó en suerte el remate del edificio en el cual iba a funcionar la confitería
del hotel. Había investigado, en
infinidad de revistas y publicaciones profesionales, interiores a modo
de inspiración, realizados por los más afamados arquitectos y que le sirvieron
de referencia a su increíble diseño.
Pero lo que distinguía a Marcelo era su dibujo, tan bueno era su trazo que
generaba admiración en todos nosotros, sus compañeros, y hasta en los propios
profesores admirados de su talento. Era hasta capaz de dibujar un tornillo
cuando ni siquiera la escala lo ameritaba.
Llegado el día previo a la entrega nos
reunimos para unificar criterios de presentación y posibles desajustes al
proyecto. A simple vista su dibujo era soberbio, refinado, una obra de arte que
mereció nuestra felicitación. A medida que íbamos verificando el programa y los
detalles proyectuales un frio glacial congeló nuestras venas: ¿Y los baños Marcelo?
En su afán milimétrico por dotar de increíbles detalles a los planos, Marcelo
había priorizado el dibujo y obviado los sanitarios de la confitería. Como no
me entraban no los puse, fue su afirmación.
Con calma pudimos convencer a Marcelo de redibujar ese plano,
disminuyendo la capacidad de comensales del salón e insertando los núcleos
sanitarios faltantes, cosa que hizo sacrificando horas al sueño. Nuestro
proyecto, finalmente, y subsanados dichos problemas técnicos, merecerá de
nuestros examinadores una felicitación que nos llenó de orgullo allá en los
fines de los 80’.
Cuando veo hoy en día las tareas de
restauración del Hotel Boulevard Atlántico de Mar del Sud y su tan declamado “trabajo
artesanal” en que en vez de los once balaustres por tramo originales de
su balcón principal, hay diez, recuerdo los baños de Marcelo y me pregunto
porque los responsables de los trabajos no se basaron en el abundante material
fotográfico existente y que refleja perfectamente lo aseverado. Quizás al igual
que Marcelo, la excusa de que once balaustres no entraban en cada tramo,
escondan que las prioridades reales del trabajo sean realizar sólo una GRAN FACHADA, alejada de cualquier
criterio profesional que respete el pasado del edificio y de cada una de sus
partes. Los casos del portón de acceso que en nada condice con el original y la
datación del frontis son pruebas concluyentes de la falta de dirección y
criterio empleados en la realización de los trabajos.
Esperemos entonces que sus hacedores, quizás
no tan detallistas como mi amigo Marcelo, puedan modificar la balaustrada, sacrificando
una noche de sueño previo a la entrega
final del trabajo, que quizás, aventuradamente, han encarado.
Imágenes Laureano Clavero |
Imágenes Laureano Clavero |
Para los Marcelos.
Agradecimiento especial a Laureano Clavero.
Me parece que los balaustres originales del hotel eran de madera y se retiraron cuando ya estaban podridos. Es probable que los que se consiguen hoy en plaza sean un poco mas grandes. En rigor , no es algo que me quite el sueño. Prefiero ver 10 que el hotel derrumbado.
ResponderBorrarPablo, si sos quien creo comunicate a mi mail personal, Mi miedo es la ligereza de la intervención cuando se pueden hacer las cosas bien, pero la falta de conocimientos y la soberbia de creer que se sabe, abruma. No estoy en contra que se haga sino de como se hace. Es todo muy triste y el tiempo dirá. Saludos.
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