Muchas veces
los arquitectos empleamos un léxico común con los médicos. Hablamos de
patologías, intervención, diagnóstico, pruebas de laboratorio y hasta de
gammagrafías al referirnos a los estudios realizados con rayos gamma y que nos
permiten determinar componentes y
cantidades de hierro de una estructura de hormigón.
Para realizar una
cirugía estética en el rostro, nadie dudaría en primera instancia en concurrir
a un médico, a un especialista. Este
seguramente solicitaría exámenes que determinen el estado del paciente, de su corazón,
arterias, exámenes dermatológicos, tomografía cerebral, etc, para así
poder operar reduciendo los riesgos que cualquier cirugía implica.
Ningún
profesional empezaría a intervenir las facciones de un paciente sin antes
cerciorase de que todos los estudios
previos estuviesen correctos y en el caso de que alguno de ellos no fuese
satisfactorio, evitaría realizarla hasta que todos los parámetros estudiados
fuesen satisfactorios.
Con los
edificios pasa lo mismo, y en especial en un área tan sensible como lo son las intervenciones en edificios
con valor patrimonial. Debemos
primeramente establecer un estudio de las patologías que presenta el edificio,
comprender su funcionamiento, sus lineamientos, su historia, para así poder dar un diagnóstico de la situación
y poder obrar en cuestión.
Ahora bien: ¿Ud
se realizaría un a cirugía estética en su rostro sin haber hecho los estudios
pre quirúrgicos?
Asociemos la
idea de un edificio con la de un ser humano: las cañerías, a sus arterias; la
vida de sus patios, a su corazón; su mansarda con la cabeza; o la fachada con su piel. Nuevamente pregunto:
¿es posible disociar una falla en cualquiera de ellos (arterias, corazón,
cabeza, piel ) en relación con la
cirugía en sus facciones, su fachada?, ¿No se vería afectada esta por los
problemas “no-solucionados” de las otras?
Siempre habrá
buenos y malos médicos, arquitectos, gente que se auto medica o que construye
sin un profesional , pero creo que nadie sería tan suicida de pensar en
operarse fuera de los criterios que regulan la actividad médica o en el caso de
la fachada, de los parámetros que regulan el accionar del especialista en restauración.
Desgraciadamente
la realidad es contraria a estas afirmaciones, prueba de ello son las miles de
intervenciones clandestinas realizadas, desde abortos a cirugías estéticas y lo
mismo ocurre con los edificios, al accionar
sobre los mismos sin considerar sus patologías.
Detrás de esas
facciones hay una vida, hay esperanzas y
sueños; una historia y un volver a vivir
detrás de la fachada. No podemos ser indiferentes a eso por más que nos
convenzan los programas de televisión de la tarde de las bondades del cirujano
de moda, o los desarrolladores de un proyecto, de la “calidad” de la intervención.
La expresión final de ese rostro
dependerá, no sólo de la habilidad de quien la operó, sino también, y al igual
que los edificios, de sus conocimientos estéticos y en especial, de su
sensibilidad.
Esperemos finalmente que cuando veamos un rostro que buscando embellecer
sus facciones pasó por un quirófano, podamos admirar, no sólo la habilidad y
estética del profesional que lo intervino, sino también sus resultados.
Desgraciadamente ya hay demasiados cirujanos, que repitiendo las mismas
facciones, nos hacen recordar lo irreversible de una mala intervención.
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